lunes, 16 de agosto de 2010

Morfología #13: Sentidiño / Duchamp o el glamour



Gilles Deleuze "
Lógica del sentido"

Finalmente he sido capar de terminar la Lógica del sentido de Deleuze, una tarea exigente y provechosa que he disfrutado mucho y que ha ocupado mi verano desde que lo compré en Zaragoza hace más de un mes. Es un texto estricto, riguroso, muy técnico y (al menos para los profanos como yo) farragoso, pero imantado por esa prosa humilde y cómplide de la que hacía gala el autor en aquella época, muy lejana de los barroquismos retóricos de sus libros con el Guattari: algo así como un anti-Tractatus Logico-Filosóficus redactado con el espíritu de los manifiestos surrealistas. Deleuze redacta con sequedad, fálsamente ausente, pero de alguna manera su presencia es omnipresente debajo de todas y cada una de sus deducciones ¿Que si he comprendido "el contenido" del libro? Seguramente a Deleuze esa pregunta le parecería irrelevante: él siempre afirmaba que los libros deberían interactuar con nosotros del mismo modo que la música, por simpatías y empatías, fragmentariamente y a ratos, sin buscar un "todo" o una Gran Verdad por descubrir, y precisamente de lo que trata el libro es de poner entre paréntesis el sentido (y en ese punto supongo que comparte el punto de vista de la deconstrucción, pero eso que lo estudien los pofresionales del ramo). Lo que viene a decir este tratado, desde mi entendimiento, es que el sentido no es más que un ave que sobrevuela los discursos sin rozarlos nunca, pero que en su planear en las alturas es el que produce los acontecimientos, lo real.
"Lógica del sentido" no tiene un principio ni un final: no llega a una conclusión ulterior, no se puede resumir en cuatro aforismos, ni construye una teoría unificada sobre nada. Es más bien una atmósfera, un punto de vista, una deriva con sabor a fraseo jazzistico que expone lo que va encontrando a medida que avanza sin una ruta concreta: no es una cartografía del sentido, sino más bien una recopilación de perspectivas a mano alzada. Hoy mismo he empezado a leerlo por segunda vez: como bien dice Miguel Morey en el prólogo, esta obra se aprehende en el reencuentro, cuando atacamos su puerta de entrada conociendo el camino hacia la salida.



Lo cierto es que el meollo de la cuestión me ha resultado muy en sintonía con los ready-made de Duchamp, ese prodigioso momento en la historia del arte en el que un señor se puso a trabajar sobre algo que todos sabían pero que a nadie se le había ocurrido poner en el ojo del huracán creativo: la mirada, siempre connotativa, lo es todo. Esa trasmutación fabulosa, deslumbrante, insuperable, por la cual el artista ya no necesitaba manipular la materia para reformular su naturaleza: cualquier objeto puede ser otra cosa si se le cambia el sentido. La "naturaleza", la "esencia" y la "sentido" no están en la forma ni en la materia, sino en algo muy parecido a la perspectiva: con la sola ayuda de una varita mágica invisible, Duchamp conseguía que un urinario se transformase en una obra de arte sin necesidad de cambiar ni un solo de sus tornillos. El sentido no es más que una atribución, no está en la realidad esperando a ser descubierto, sino que hace falta inventarlo. ¿Subjetivismo, entonces? ¡En absoluto! Deleuze piensa sin el recurso del sujeto, sin el subterfugio de ese ente metafísico que es "la subjetividad individual". Es otra cosa, pero si os interesa debéis leer el libro porque no sé resumirlo.



Duchamp y la Lógica del sentido pretendieron apuntalar la filosofía del ser, y sustituírla por una nueva cosmogonía muy cercana a la semiótica: la única realidad son signos, tendencias en perpetua colisión, y que en su superficie producen el acontecimiento como efecto sobrevenido, y en cierto sentido ficticio. Un urinario puede ser un simple y asqueroso urinario, pero si así lo decido puede ser una obra de arte. Tambien puede ser un chiste (el libro dedica un magnífico epígrafe al sentido del humor), o una tragedia, o estar investido edípicamente, o resultar el objeto con más glamour del mundo. O ser todas esas cosas a la vez, o no ser nada y ser invisible, sin necesidad de desaparecer. Porque bien pensado, un urinario es una cosa muy tonta, un pedazo contingente y casual de la realidad, debajo de la supericie no es absolutamente nada. Al igual que un billete de cincuenta euros, o un traje de Chanel, o un disco de Arcade Fire, o un viaje a Viena: acontecimientos vacíos que no empiezan a existir más que cuando los introducimos en el flujo de un sentido que en realidad no les es propio.
Cuando veo una moneda no veo el metal: veo el valor que le atribuyo. Así es la mente humana: funciona dando vida a los objetos al otorgarles poderes que les son impropios, invistiéndoles de un ser mediante una pirueta mental completamente mística. Es el mismo artificio que sucede cuando nos enamoramos, o cuando decidimos que algo tiene glamour, o merece la pena, o es esto o lo otro. No sé, creo que funciona más o menos así, de alguna manera somos habitantes de un sentido completamente inventado, pero gracias a ello estamos salvaguardados del vacío que hay fuera de nuestra mirada, porque creo que en ese más allá no hay absolutamente nada.
Como curiosidad para los lectores del Mil Mesetas o el Anti-Edipo, diré que aquí (como en el libro sobre Sascher Masoch que ya comenté) Deleuze se muestra muy pero que muy respetuoso y cariñoso con Freud, ese tío que desde siempre "está superado" pero que nunca termina de morirse y cuyo trabajo sigue siempre atendido y escrutado. Al fín y al cabo, el tipo de cosas que dicen Deleuze o Freud a la gente de nuestra generación nos resultan completamente naturales y de "sentidiño común", pero las ideas de ambos siguen resultando, a muchos niveles, subversivas y estremecedoras. Tal y como lo veo, para Sigmund y Gilles la esencia del sentido es la moraleja de el traje nuevo del emperador, elevada al nivel de cosmogonía. Un sentido que es en el fondo, como decimos en Galicia, sentidiño. Y además tal cual.
¿Qué saco en conclusión para mi tesis? Pues... la verdad, desde la óptica de Lógica del sentido los asuntos morfológicos tienen mucho de pantomima. De pantomima necesaria y crucial, pero finalmente la forma ni es natural, (y ahora pongamos todas las comillas que queráis) ni existe. Le Corbusier y el traje nuevo del emperador, blah blah blah. Quizás hay que hacer como Duchamp, o Dadá: el alquimista transforma un urinario en arte, con su varita mágica, bendiciéndolo con glamour. Y nada más.

1 comentario:

  1. "Antes del pensamiento que aspira a una coherencia lógica hallamos fe en una u otra magia.
    Magia es cualquier conexión inmediata entre voluntad y mundo; en otros términos, es el poderío directo del espíritu sobre lo natural. Cuando un lactante tiene hambre no localiza alimento y se lo prepara, sino que simplemente llora"... Escohotado... dixit

    ... hoy apretamos un botón y decimos... felicidades!.. guaje... por seguir vivo, despierto y... ¿feliz?

    ... decían que Deleuze era como una ametralladora cuando hablaba... en sus clases... y había quien se contagiaba... a su manera, claro... y la tuya parece muy actualizante, creativa... y erudita... (halagos al margen de que sea tu cumple)

    ... también hay quien dice que... "demasiado abono termina por matar a las plantas"...

    ... a mí me hace cosquiiiillasssss mentales... así que te leeré otro par de veces antes de decirte algo más... como haces tú con el pollo ese estimulante del Gilles Deleuze.

    ... porque eso de parar la inercia... también me estimula mogollón... es como sentir el propio cuerpo-mente... utilizando la resistencia que ofrece "otro" cuerpo-mente... duro como una roca... o sorprendentemente blando como un charco de barro que te envuelve... y luego... tal vez... te inmovilice... ¡cuánta existencia emerge del riesgo!.. y ¡cuánto riesgo emerge de la existencia!..

    ... ¡felíz cumpledías!

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