viernes, 23 de abril de 2010

La Clase Trabajadora, sin pintoresquismos

Antonio Gramsci "Pequeña antología política"
Estoy leyendo este librito que recopila los textos más significativos de Antonio Gramsci, gran gurú del potentísimo Partido Comunista italiano, del que fue ideólogo y fundador, y legendario icono de ultraizquierda que, habiendo pasado media vida en la cárcel escribiendo y meditando, logró poner al día ciertas ideas marxistas que se estaban perdiendo en las luchas fraticidas típicas de la vanguardia.
Siempre he constatado que todos tenemos mucho cariño por los comunistas, aunque los tengamos por soñadores. Los solemos considerar gente que peca de ingénua, de excesivamente optimista, y entrañable en el sentido de un Carrillo o una Pasionara. Pues bien: lo cierto es que los textos de Gramsci son mucho más salvajes y cañeros de lo que esperaba. Y hasta cierto punto, no muy lejanos al fascismo: la actitud de Gramsci es la de un intelectual que se sabe destinado a formar parte del gobierno del mundo socialista, y que considera al proletariado como a un rebaño dócil, inculto, maleable y sin pulir. La inquietud principal del PC en aquella época era la de ser capaces de seducir a la clase trabajadora, mediante estrategias que hoy llamaríamos de marketing, para atraerla a la causa revolucionaria. Con una soberbia que hoy en día resulta muy chocante, los comunistas apenas se hacían preguntas por las inquietudes reales del trabajador, porque a fín de cuentas el Intelectual se veía a sí mismo como poseedor de todas las respuestas y soluciones. Los textos (escritos con el lenguaje conciso, aforístico y propagandístico de un Manifiesto) tienen un subtexto muy claro que se podría traducir en les guste o no, hay que convencer a los proletarios de que lo conveniente es la revolución.

Gramsci es cualquier cosa menos entrañable: los comunistas, como cualquier otra filiación política, tienen el poco romántico objetivo de hacerse con el poder a través de ejercicios de seducción. En realidad, se reflexiona muy poco sobre la clase trabajadora, que es considerada un constructo ya dado a priori, ya caracterizado, un cliché, con sus pertinentes pintoresquismos. Si alguien quiere leer el libro que me lo pida, me gustaría contrastar mi visión con la vuestra. A mí me está mostrando el lado más partidista y peligroso del marxismo, y en ese sentido me está resultando decepcionante, por lo que tiene de explícito y crudo, en el modo tan claro que tiene de exponer que toda lucha política pasa por la imposición de un modelo ya dado, y cerrado.
¡La clase trabajadora! La contracultura rockera, el underground universitario y elitista de izquierdas, suele manejar una idea del trabajador muy pintoresca y maniquea. Solemos quedarnos con sus aspectos más entrañables y dóciles (los jubilados entrañables, las amas de casa que van al ultramarinos en zapatillas, los golfos de barrio, los que juegan la partida en la tasca...) desde una óptica reduccionista y peligrosísima que olvida el verdadero componente marxista de la cuestión: el trabajador, en el 2010, es la persona que está en el mercado laboral, en una u otra posición.
De un modo esquizofrénico, el tipo de urbanista del que os hablaba ayer, acostumbra a pensar que la clase trabajadora está formada con los señores de la tasca y el vejete contemplativo que pasa las tardes en el parque repensando el éter. El gran olvidado del mundillo a cidade dos barrios (mea culpa, pues) es el trabajador: a él no te lo encuentras en la calle ni en las plazas ni en la vieja tasca ni en la jamonería, no participa de los debates ni las encuestas, porque está trabajando. Es invisible: se levanta, coje el coche para ir al taller o la oficina, y vuelve de noche a casa sin que nadie advierta siquiera de su existencia.
El hombre gris contemporáneo, el que se pasa la mañana conduciendo la furgoneta o detrás de la ventanilla de atención al público, es tan poco fotogénico o carismático, que no lo tenemos en cuenta al hablar de la ciudad: esos barrios de paseantes, bohemios y plazas de colisión intergeneracional que tanto busca el urbanista, dejan fuera de foco al verdadero pilar de la economía sostenible, el trabajador real. Quiero decir: la izquierda debería replantearse la idea que se ha hecho del proletario contemporáneo.
Proletario es el repartidor de telepizza, el delineante a tiempo parcial, el que trae la mercancía al mercado, el que atiende en el banco, el policía, el frutero, el diseñador gráfico y la escaparatista de Pull & Bear, y y yo. El cliché que la contracultura se ha hecho del trabajador (el prejubilado de la fábrica, el analfabeto en plan Aída, la señora de la limpieza, el tendero de toda la vida...) , paternalista y soberbia, es sordo a la realidad: el proletario contemporáneo no son ellos, somos nosotros. Somos tan Peter pan, que hemos olvidado que la clase trabajadora somos tú y yo, y algunos de los demás. Es culpa de la izquierda el habernos metido en la cabeza esa visión histórica de trabajador, que los hijos de la clase media siempre hemos visto desde la ventana.
Estoy pensando en alto, pero el tema viene al hilo de lo que contaba ayer sobre Freire: al hablar de espacio público se piensa en todo el mundo, excepto en el que está trabajando, y al que aún encima se acusa de no participar de la vida en la ciudad. ¡¡Qué frivolidad la del urbanista 2.0!! El trabajador ya tiene bastante con levantarse todos los días, e ir a trabajar. Por mucho que sea una rutina poco entrañable, y falta de rock and roll. Seguiremos trabajando en ello. Hay que plantearse y asumir el por qué el trabajador de hoy es de derechas (eso es indudable, y por mucho que suene a contrasentido): porque la izquierda se ha quedado con una idea obsoleta del proletario, que hoy en día incluye por ejemplo a la masa de oficinistas que cobran 800 euros y siguen pensando de sí mismos que son clase media.

2 comentarios:

  1. no puedo estar más en desacuerdo! pescaderia20

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  2. El modelo de Marx describía a la estructura social y familiar como subsidiaria de la productiva y laboral. Para esa gente, el epicentro de la organización social era el trabajador, el resto se formaliza "a remolque de" (bueno, al menos eso es lo que yo interpreto de lo que he leído de Marx, Althusser, Gramsci y gente así). Eso sigue siendo así a día de hoy.
    Me parece muy cutre criminalizar al que trabaja en la ventanilla de Caixa Galicia, y sin embargo considerar que su abuelo es un señor "más digno, más castigado, más desprotegido" cuando todos forman parte de la misma máquina capitalista, cad uno en su rol. De lo que no me cabe duda, es de que el trabajador es el que lleva todo a sus espaldas, la pieza central de toda la estructura, sin él no hay sociedad.

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