lunes, 12 de julio de 2010

Morfología #7: La forma poética



He subido al megaupload (aquí lo tenéis) un ¿concierto? muy añejo de Karl O´Connor, a.k.a. Regis, en Philadelphia en el año 96. La performance fue al parecer su primera aparición en los USA, en un momento muy especial de la historia de la música electrónica: el tránsito desde el trance al hardtechno, el inicio del imperio de la música sin melodía, la radicalización de las artes digitales en la renuncia a toda figuración, el hermanamiento entre vanguardia y proletariado a través de las pistas de baile... y todas esas cosas que podrían no ser más que un delirio imaginario mío, de no ser porque en sus escasas entrevistas Regis siempre se reconoce situacionista, connosieur del body-art y amigo de la histórica voluntad de subversión cultural de la que siempre ha hecho gala la escena de la música industrial.
Como siempre decían Lacan o Guattari, todas las revoluciones terminan mal: en su tránsito desde las catacumbas a los despachos ovales, las revueltas se gangrenan en su maridaje con el poder, y lo que en gobernanza deviene totalitarismo, en lo estético se pudre en la más absoluta vulgaridad. El techno fue la enésima revolución fallida, cuya masificación le restó el imprescindible halo litúrgico y el brillo seductor de lo nuevo y lo secreto: el recurrente hartazgo del snob acabó con su legitimidad cultural. Lo que en el 96 era una práctica intelectual de altos vuelos (el monotrack púramente abstracto) se ha enquistado como ocio terminal para niñatos white trash enajenados en espantosos macroeventos en polideportivos y palacios de congresos: algo a lo que quizás estaba condenado desde el primer momento, quizás no-tan-involuntariamente y por la lógica inmanente de su código genético. ¿El nihilismo era esto? De todos modos, en su ocaso las revoluciones producen asimismo peculiares estrategias de supervivencia y líneas de fuga: el comunismo nunca termina de morir, como tampoco el techno. Su salvaguarda es necesaria, hasta que el paso del tiempo favorezca un contexto propicio en el que encuentren una nueva proliferación.

Sea como fuere, hablamos aquí de morfología y morfogénesis, a propósito de Regis. Los amigos rockeros siempre me increpan por la afición a una música tan seca y espartana como la del sello Downwards, extremadamente puntillosa en su renuncia a todo compromiso emocional. El techno de texturas severas y bucles atonales nunca deja de afirmarse como puro formalismo, como ejercicio compositivo ascético de articulación y modulación, trenzado autista de secuencias y timbres en voluntaria renuncia a cualquier manera de vinculación emotiva entre productor y producto, y cuya desafección hacia los intereses del Yo provoca un efecto secundario paradójico: el agitarse de los cuerpos. Las indolentes hechuras de la música de un Regis parecen querer equipararse desde el sonido a los experimentos visuales de la Gestalt: la rigurosa investigación de las leyes causa-efecto entre forma musical y respuesta motriz corporal. "La ciencia del baile" era la auscultación de los mecanismos físicos de producción de "bailabilidad" en el contexto silíceo de un tubo de ensayo en forma de vinilo de doce pulgadas. Radicalmente funcionalista, el techno puede ser leído como la criba de todo apunte innecesario a la hora de poner al cuerpo en movimiento. En ese sentido, escuchar la gélida sesión de Regis que he subido, es como asistir a la vivisección de un insecto o la redacción de un esquema unifilar. La búsqueda de un código cognitivo y formal para la música disco, la decantación de los áridos gruesos de Giorgio Moroder, Kraftwerk y el funk. El trazado del diagrama de tracciones, compresiones y cortantes de la banda sonora de Studio 54. Es, pues, objetivismo en la era de la muerte del sujeto.
¿Cómo es posible entonces, si hablamos de un fundamento casi científico, que sea una música que emocione? ¿Cómo y bajo qué parametros, la forma deviene forma poética? Por lo poco que sé de semiótica, Roman Jakobson afirmaba en su lingüística que la función poética del texto nacía del énfasis en la redacción del mensaje. Lo cual puede interpretarse como: toda poética es un formalismo. Y ello constituye una conclusión verdaderamente desconcertante en una matriz cultural como la nuestra (la de la modernidad), que identifica "la forma por la forma" con las pecaminosas engañifas del arte-espectáculo. Jakobson contradice por tanto al librepensador universitario que lee a Saramago y piensa que "lo que importa es el contenido": la semiótica se alinea más bien con Paul Valery y su célebre aforismo de que "lo más profundo es la piel". La poesía vive en simbiosis con la forma, en la que se inscribe, a la que se traba, con la que pacta. Lo poético es una ola cuya sustancia es un océano formal. Quizás.

Insisto en mi gran duda: ¿existe entonces alguna manera de escapar al formalismo? ¿Cómo leer la boutade de Mies Van Der Rohe "No reconocemos problemas de forma, sólo de construcción"? ¿Es concebible un informalismo auténtico, si no hay poesía en el afuera de las estrictas normas formales de un haiku? Alguna vez leí una definición de poesía como aquel texto que no puede ser redactado de otra manera, y cuya transcripción exige reproducir puntillosamente palabra por palabra. Así que el gran poeta es siempre un gran formalista.
Seamos por tanto amigos de la forma por la forma, porque lo que no sea poesía no nos interesa absolutamente nada.

8 comentarios:

  1. Efectivamente, según Jakobson lo definitorio del mensaje poético es que el centro, lo que se focaliza, es el propio mensaje, su forma. Pero ello no quiere decir que el contenido no sea importante en absoluto. Es más, muchas veces el juego formal tiene sentido como forma de enfatizar o transmitir determinado contenido. No tiene por qué ser así, pero a veces es así y la obra gana, al menos para algunos. Es decir, que que algo sea lo definitorio no tiene que convertirlo en ingrediente único (poniendo un ejemplo tonto: lo que define a la paella es la presencia de arroz, pero no sólo de arroz se hace la paella...).

    Todos los execesos cansan. El de la forma también. El del contenido también.

    (Por cierto: menuda noche la de ayer. Hasta las dos setas que somos la disfrutamos, de verdad)

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  2. ayer fue de infarto. casi morro!!!! ya os lo imagináis

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  3. jajajaj

    Sí, nos lo imaginamos. De hecho, nos acordamos un montón de ti!!

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  4. Respecto a lo del formalismo radical... verás, es que a los arquitectos en la carrera nos presionan mucho con la idea tontísima de que "el formalismo es puro espectáculo, es superficial"... aunque vosotros los lingüistas tengáis claro desde hace siglos que eso no es así, los arquitectos siguen con esas ideas absurdas... y claro, es lógico el "efecto rebote". siempre me acusas de formalista y tienes razón, es lo que me interesa.
    Ayer en el partido estábamos todos fatal, semiborrachos de tantas cañitas, taquicárdicos, despeinados, pegando brincos, angustiados... y luego fue todo alegría, de hecho "demasiada alegría". me fui con unos amigos a celebrarlo tranquilamente a un bar de los nuestros.

    Por cierto yo me acuerdo de vosotros cada vez que veo un gato bonito abandonado... aquí hay mogollón cerca del mar, hoy he visto a uno gris perla, lindísimo

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  5. hola césar, ¿has visto el mail? ch.

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  6. ay, ya vi! tes outro.

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  7. ¡Pues cógete uno! Ya sabes el privilegio que es convertirte en criado de un gato... y patrocinador, que nos hongos de la juli nos cuestan como si fueran de oro...

    Besiños

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  8. Por cierto, que precisamente por los hongos de la juli no nos vamos este finde a los verines, nos vamos el siguiente. Por si te apetece coincidir ;-)

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