sábado, 31 de julio de 2010

Interiorismo Mad Max


"Francis Bacon in conversation with Michel Archimbaud"

La excentricidad y la esquizofrenia son quizás dos maneras diferentes de nombrar una misma realidad, diferenciándose por un pequeño matiz que ejemplifica el uso connotativo del lenguaje en función, en este caso, de la moral luterana: el raro que trabaja duramente y consigue hacer una carrera profesional fértil gracias a sus delirios es saludado simpáticamente como "genial visionario", mientras que el outcast incapaz de producir ningún item vendible es denostado como cantamañanas, friki y pirado. Sea en Wall-Street, el el East-end o en Williamsburg, valemos tanto cuanto seamos capaces de producir. Francis Bacon, un sujeto indudable y saludablemente ido, tuvo la fortuna de que su oblicua visión de las cosas le haya convertido en icono pop de primera magnitud, mientras muchos otros enajenados de su casta han pasado por este mundo con más pena que gloria. Hay un algo de puro azar en estas cosas, y el azar era un fenómeno del que Bacon parecía disfrutar mucho en su trabajo.
Últimamente siento mucha empatía con este señor, con el que comparto filias y manías muy personales, y un sentido del arte que me resulta completamente lógico y natural. Esta semana me he leído este interesantísimo libro de entrevistas con él, que me ha confirmado lo que intuía tras haber leído la Lógica de la sensación: que Bacon es ante todo un formalista. Frente al tópico romántico que suele rodear su figura (los chaperos, las carnicerías, el existencialismo, el sentimiento trágico de la vida, la pasión por la muerte, la obsesión por Velázquez...), el pintor es mucho más racional, templado, inteligente y "normal" de lo que a los periodistas les gustaría. Recuerdo haber leído hace un tiempo un articulillo sobre él en el EPS que condensaba todos esos tópicos de artista maldito, pero cuando se le da voz al protagonista uno se lleva la sorpresa de que Bacon era una persona muy tranquila, muy centrada en la pintura, y con una concepción mucho más técnica y artesanal de su trabajo que lo que los críticos de filiación expresionista suelen considerar.

Lo que veis en estas fotografías no es una pocilga ni mi habitación (valga la redundancia), sino el estudio en el que Bacon produjo la mayor parte de su trabajo. Ni siquiera yo, en mis épocas más killer, he alcanzado un nivel de desorden equiparable a esta escombrera de botes vacíos de pintura, fotografías sucias, materiales podridos y ropa irrecuperable en el que Francis se movía como pez en el agua: según cuenta en las entrevistas, necesitaba de este contexto de caos aparente para poder trabajar con la soltura y meticulosidad que tanto le gustaban. De hecho, este "interiorismo" tan magmático, en el que la acumulación de objetos aleatorios produce casi su licuefacción perceptiva, produce un tipo de imagen muy afín a lo que Bacon buscaba en sus pinturas: atmosferas cerradas en las que lo figural se somete a un violento proceso de extrañamiento, un vitalismo entrópico donde el movimiento se paraliza con el botón de pause, y donde la composición geométrica de los espacios sirve únicamente de estructura cartesiana a la que referir la materia privada de forma.

Pese a lo intimidatorio que resulta un taller tan exageradamente convulso como el suyo, ya digo que leyendo lo que va respondiendo Bacon a las preguntas uno se da cuenta de que no es para nada el loco pasional a lo Van Gogh que nos suelen vender: llama muchísimo la atención su seriedad, la concepción tan formal y técnica que tiene de su oficio, y la coherencia lógica con la que describe su modus operandi. A Bacon no le influye la música ni la literatura, pues considera que las artes son compartimentos estancos en los que cada técnica acarrea su propia problemática (y su propio asunto de trabajo), ni expresar en sus cuadros ningún sentimiento espiritualista-trascendente, puesto que su forma de ver las cosas es la del materialista inmanentista centrado en la cuestión del cuerpo. Él pinta sensaciones de cuerpos, sin ningún plus de subjetividad o valor político ni moral, y aprovechando los accidentes que el movimiento del pincel sobre la superficie del cuadro pueda aportar a sus composiciones, que buscan en todo momento sortear la cárcel de lo formal: en términos deleuzianos, su trabajo es una investigación sobre lo figural como sensación pura.
Pero este jugosísimo libro de entrevistas (al que sólo le hubiese pedido algún cotilleo o dato personal, por aquello del marujeo en torno a nuestros ídolos) deja alguna que otra agradable sorpresa: por ejemplo, el rechazo que Bacon muestra hacia su retrato de Inocencio X, seguramente su obra más cursi y sobreactuada. O su afición a salir por la noche solo, o la admiración por Seurat, el rechazo a Beckett y su indisimulada (y no tan patológica o terminal como nos suelen contar) afición a la bebida. De amores ho habla, pero se rumorea que pasaba sus estancias en Madrid entre los atardeceres frente a las Meninas y los amaneceres en la puerta de la sauna. Y es que al final, resulta que Francis Bacon era un tipo muy riquiño, y ya no esquizofrénico o perturbado, acaso ni siquiera excéntrico... por mucho que su taller sea lo más parecido que he visto nunca al estudio de un pintor en un futuro tipo Mad Max.

1 comentario:

  1. ... cuanto más loca es la aventura... más cuerdo tiene que ser el aventurero... y la cosa se pone cada vez más compleja.

    ... el que al tal Bacon no le hayan puesto la etiqueta de esquizonosequé... no significa que no le hayan etiquetado... o nos guste autoetiquetarnos... para subirnos o bajarnos el precio-valor a discrección.

    ... y si el tal Bacon nunca quiso decirnos nada con lo que hacía... realmente pudiera ser un hacer terapéutico inducido socialmente para solaz observación y aprovechamiento evolutivo-adaptativo de "los demás".

    ... aunque yo opino como Sócrates: "sólo una vida consciente VALE la pena de ser vivida"... aunque a juzgar por los perros y gatos que he conocido... tal vez Sócrates fuera "un pelin" egocéntrico, no sé.

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