

Con la excusa de las opos, me he metido un monumental tute investigando esta simpatiquísima disciplina, que se centra en el estudio de los signos (ya sabéis: significante y significado, etc etc...) y que nada tiene que ver con los absurdos análisis sintácticos del bachiller, que eran la cosa más mecánica y menos ingeniosa del mundo. Si bien por la parte de España se suele usar siempre el modelo de Ferdinand de Saussure, metiéndose un poco a fondo en este mundillo uno se encuentra a gente increíblemente interesante a todos los niveles, que hablaban de cosas excepcionalmente sorprendentes. Por ejemplo, el señor Charles S. Peirce, que además de ser mucho más inteligente y sensato que Saussure, tuvo una vida muy pop plagada de desencuentros amorosos, tanganas en la academia, ostracismo por un tubo y mal rollo generalizado: un tío como debe de ser, con sus depresiones y sus neuras. Otro personaje realmente impactante es Thomas Sebeok, que metía en el cajón de sastre de los signos no sólo aquellos producidos po el hombre, sino un montón de fenómenos comunicativos en la naturaleza (por ejemplo, la comunicación entre las flores y las abejas a través del color y el olor), influyendo infinítamente en Deleuze y dando una vuelta de tuerca al tema de la comunicación hasta el punto de darle el rango casi casi de cosmogonía. Por supuesto están tambien los Barthes, Derridas, Ecos y compañía, pero esa ya es otra historia, más del colorín.


Pero lo más interesante del mundo de la semiótica es su aplicación a nosotros mismos: somos signos con patas. Nuestra cara, nuestra ropa, nuestros gestos, nuestros actos, nuestro ser, es una emanación constante de información, un flujo incesante de signos de todo tipo. Hoy por ejemplo tuve un encontronazo con un mongol en la Solana, y el interfecto era toda una enciclopedia semiótica de los signos que emite un riguroso capullo: su forma de hablar y moverse, el corte de pelo, el acento que gastaba, la postura de su cuerpo... todo en el emitía una serie de signos que daban a entender lo que luego confirmé: que se trataba de un mongol. La anécdota en cuestión es perfectamente olvidable (un tira y afloja a lo Alonso/Hamilton en la cola de la máquina de cocacolas) pero me sirve para contar lo que os digo: que estamos rodeados de signos, sobre todo en las personas. Todos nos hacemos juicios (¿o prejuicios?) de valor sobre la gente que nos rodea a golpe de un simple vistazo; intuitivamente, su forma de actuar o hablar nos informan sobre qué actitud tienen ante la vida y cómo respiran, y eso es semiótica aplicada de primer nivel. Quien domine los signos dominará el mundo, quizir.
Pero no pensemos que lo de la semiosis es un asunto muy académico y erudito: a mi entender, las brujas y videntes son gente con el don de comprender los signos que a nosotros nos pasan desapercibidos. Ven los cuerpos y escuchan las palabras, detectan signos y en seguida se hacen una composición de lugar que les sirve para intuír por dónde van los tiros. La típica brujarraca de pueblo te ve y capta tus signos, sabe de qué pie cojeas y te pone a funcionar: pura semiótica. Al fín y al cabo, predecir el futuro se puede hacer por pura lógica si se interpretan bien los signos del presente: si hay nubes, es probable que llueva. Así que quién sabe: a lo mejor hay que borrar de la wikipedia esa entrada sobre semiología llena de Levi-Strausses y Lotmans, y cambiarla por otra en la que los verdaderos hacedores de la disciplina en cuestión sean Rappel, Octavio Aceves y Aramís Fuster.
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