viernes, 2 de abril de 2010

Desmemoria #1: Memoria vs. Narración

(Imágenes de Bert Hardy)

Tengo en mis manos uno de mis libros ilustrados favoritos: el catálogo de la exposición "Visiones urbanas. La ciudad del artista, la ciudad del arquitecto" del CCCB en el 1993, y que contiene un exquisito inventario de imágenes urbanas realizadas por artistas y arquitectos desde finales del siglo XIX. El hilo conductor de la exposición intenta ser la dialéctica comparativa entre estadios diferentes de evolución de la ciudad (revolución industrial, auge de entreguerras, futurismo, new deal...) como instantes congelados en el devenir urbano, pero al final lo más interesante de la retrospectiva es el rastreo de todas las grandes leyendas que componen ese gran fresco sagrado que es la memoria. Un concepto tan gaseoso como capcioso en el que se han librado fortísimos debates ideológicos e instrumentales, y sin duda muy alejado de la connotación bucólico-pastoril que se le atribuye desde (los intereses de) el sistema


La tábula rasa territorial que proponían los arquitectos de la modernidad (resulta especialmente shockeante en el libro la temeridad con la que Hilberseimer o Taut ignoraban las preexistencias) fue sin duda el punto más discutido de aquellas investigaciones urbanísticas: la generación siguiente enseguida constató la aberración que suponía la supresión higienista de todo rastro de la ciudad histórica, en pos de la consecución de un Nuevo Hombre plenamente realizado y sustraído de toda historia. Aquellos barrios racionalistas alemanes eran una perversa forma de totalitarismo fascista, por mucho que creamos que les subyacían buenas intenciones. Rossi, los Smithson, los Situacionistas y muchos otros aportaron un matiz importantísimo al proyecto moderno: había que tomar en consideración la ciudad como proceso histórico cuyas huellas han de ser respetadas, al ser siempre la sociedad una construcción cuya univocidad se cimenta sobre su memoria. La memoria construye la sociedad, pero ¿qué memoria?







Bien. De un tiempo a esta parte, el discurso arquitectónico neomoderno (el único que tenemos) se autoadjudica legitimidad al invocar perpetuamente la condición histórica de la ciudad. Hemos aprendido de la Ville Radieuse, ahora tenemos en cuenta la memoria, y por tanto abarcamos al ser humano en su totalidad. La apropiación por parte del discurso urbanístico oficial del concepto de memoria como su gran prioridad, plantea como siempre una cuestión muy problemática: ¿de qué memoria hablamos? ¿qué es exactamente la memoria? Freud descubrió que toda identidad, individual y luego colectiva, se articula mediante el recuerdo, pero tambien con el olvido, que le es consustancial. Lo olvidado es por tanto el negativo fotográfico de la verdadera identidad, y puede leerse cualquier discurso consciente no sólo por lo que afirma, sino muy especialmente por lo que omite. No cabe apelar pues a una memoria objetiva, puesto que ésta es siempre selectiva, hecha mediante una criba política: ya se sabe que la historia la escriben los vencedores, y lo mismo puede decirse de la memoria de la ciudad. Es una memoria selectiva. ¿Por qué quitan ahora las estatuas franquistas?
En los barrios periféricos de la aldea global (por poner un ejemplo: Galicia) se intenta utilizar ese constructo que es la memoria como salvaguarda de ciertas esencias de "autenticidad", un sentido del pasado como depósito de esencias e identidades susceptibles de ser utilizadas como trincheras contra el empuje del pensamiento único global. Esa memoria romántica, bucólica, idalista, que selecciona las características culturales más pintorescas y ancladas en el territorio para esculpir una visión absolutamente intencional de lo histórico, se está convirtiendo poco a poco en el penúltimo argumento de control político romántico, y una quimera desde la que conseguir que la gente se sienta parte de algo y por tanto mantenga su fidelidad a pies juntillas. Si, como hemos propuesto, lo que articula la ciudad como entidad real e indivisible es su memoria (nadie, por ejemplo, se plantea que una ciudad histórica llegue a dividirse en dos al alcanzar cierto tamaño), un concepto etéreo que pasa por encima de lo práctico, estamos entregando el "alma de la ciudad" a su historia, lo cual dista mucho de equivaler con la memoria. La memoria es real, es fenoménica, se inscribe en los cuerpos, es inmanente. La historia en cambio no tiene cuerpo, es una abstracción, una memoria separada de los cuerpos, y por tanto una representación, que toma cuerpo en forma de estricta narración. Es decir: los apologetas de la memoria como parametro proyectivo, están inscribiendo la forma urbana en una narración, que siempre es política.
Obvio decir que detesto toda forma de nacionalismo, en cualquier aspecto, escala o sentido. Nacionalismo es metafísica, pero es otra cuestión sobre la que hablar en otro momento.


Si la historia es siempre una narración, y por tanto un relato subjetivo, ¿por qué le interesa de repente tanto al sistema, a todos? Las universidades, los artistas, las empresas constructoras, la legislación del suelo... se han equiparado a los "países civilizados" que cuidan su patrimonio (dicho en cristiano: se han mimetizado con la aldea global) y vivimos el apogeo de la recuperación de la ciudad como memoria. ¿Por qué? ¡¡Qué pregunta!! Pues porque vende. Una ciudad con historia es económicamente rentable: sobre ese dato se articulan esos discursos legendarios y manipuladores del nacionalismo, que son cualquier cosa menos históricos. Se selecciona un determinado período histórico como definidor de cierta identidad económicamente rentable, y se deposita en esa imagen, por trasferencia freudiana, ese gran contructo fantástico que es el alma de la ciudad.

Yo propongo otro tipo de memoria, diferente a ese discurso narrativo abstracto y lanzado por el poder (por ejemplo , Compostela como cidade de auga e pedra barroca... ¿es que no hubo un Santiago desarrollista, facha, inquisodor, feo, pobre, contradictorio...?): la memoria real y concreta, física, del ciudadano. La memoria viva de Coruña son los ancianos que viven en espantosos edificios de la Sagrada, tan repudiados por los urbanistas como cargados de recuerdos e intensidades por sus habitantes; son las historias que se cuentan en la Solana , las casas en las que nacieron los coruñeses; son los éxitos y fracasos del franquismo, y la especulación inmobiliaria y el Superdepor y el Mar Egeo. Paco Vázquez plantando objetos extraños en el paseo marítimo, y las aceras levantadas por imperativo telemático. Para bien o para mal, con sus luces, sus sombras, sus fracasos y sus aciertos, esa memoria viva y contradictoria es la única que escapa a la construcción bucólica, ensimismada y falaz que propone, por ejemplo, la Secretaría Xeral do Patrimonio. Salvemos la fealdad, y busquémonos en ella, en su tremenda humanidad, en su sinceridad.
Los depertamentos institucionales controlados por el Bloque Nacionalista Galego no protegen la memoria: la construyen, la esculpen, la seleccionan, la configuran desde su óptica política, dejando fuera del constructo histórico todas las contradicciones y miserias de la Galicia real. En gestos de descomunal hipocresía, apelan nuestra memoria por miedo a llamar a las cosas por su nombre: el patrimonio no es memoria, sino capital. A muchos niveles: capital cultural, capital ambiental, capital turístico, capital de imagen de marca.... Por eso es imperioso proteger y salvaguardar el Patrimonio. Pero no mezclemos conceptos: eso no tiene nada que ver con la memoria ni la identidad de nadie ni de nada, más de los que comparten el discurso político del poder. Desde aquí defendemos la protección del patrimonio como depósito de calidades, no de recuerdos.
Ese "patrimonio" que defienden, y que según ellos nos define (casitas de piedra, ruralismos pintoresquistas y afásicos, lugareños de costumbres entrañables ...) es un ejemplo de hiperrealidad como pueda serlo Disneylandia o Paris Hilton. Es una mentira, pero una mentira que vale su peso en oro. Seamos sinceros, por tanto, y no lo carguemos de connotaciones identitarias transhistóricas, porque la historia y la memoria incluye otros muchos asuntos que a nadie le interesan: el devenir urbano se encarga siempre de borrar toda traza de lo feo, lo contradictorio, lo dramático y lo patético. Lo que perdura en la ciudad no es la memoria, sino su criba. La ciudad borra los rastros y las huellas de los pobres, los perdedores, los feos, los extraños. La memoria urbana es selectiva, políticamente agresiva. Y el patrimonio no guarda recuerdos, sino calidades, y eso no conviene perderlo de vista. Porque no queremos vivir una memoria colectiva construida exclusivamente a base de los recuerdos de la gente guapa.

4 comentarios:

  1. te avisto desde el bierzo!, el domingo podía haber asamblea, creo que han pasado los días suficientes para ver las cosas en frío y sin odio.

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  2. Hola
    os recuerdo que antes del martes necesitamos:
    -curriculum
    -contacto [correo + telefono]
    -Titulo de los talleres
    -descripcion de los talleres [cinco lineas]

    saludos ramon

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  3. Hola Ramón, sin problema, no tengo tu mail pero Chiqui ya está manos a la obra. Cuál es la url de vuestro blog?? ¡¡Quiero echarle un vistazo!!
    un saludete para tí tambien
    :-)

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  4. http://deleuzefilosofia.blogspot.com/2009/01/una-geometra-humana-las-lneas-los.html

    sobre cartografías

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