Razas

Cuando Reme (que es una magnífica fisioterapeuta) me cuenta las anécdotas de su trabajo, suele aparecer un tema recurrente: muchos problemas de la gente se derivan de malos hábitos posturales de sus cuerpos. Como consecuencia de la falta de conciencia de los requerimientos de los cuerpos, éstos aparentemente terminan por deformarse: pero la cuestión de fondo es que no existen cuerpos en abstracto, un cuerpo canónico e ideal que no sea la consecuencia de su interacción con el medio. Quiero decir: el cuerpo (sea como entidad biológica, o como unidad cultural) no existe más que en interacción con su hábitat, que lo constituye. No hay posturas "buenas" o "malas" en general, sino en función de las particularidades de los espacios que se habitan. El cuerpazo de un marinero no puede ser el mismo cuerpazo que el de un minero. A nuestros ojos tienen cuerpos estropeados, a los suyos tenemos cuerpos débiles y sin curtir.
Según esta aproximación, la arquitectura no es sólamente un escenario en el que aterrizan los cuerpos ya construídos: la arquitectura produce cuerpos. Los moldea, los educa, los condiciona, los acota y los conduce. Se presta, por tanto, a ayudar a las formas más profundas de dominación: aquellas que son anteriores a la conciencia.

El tema de el cuerpo es central en el pensamiento radical contemporáneo, y un asunto omnipresente en la literatura subversiva y la filosofía reciente: en su inmanencia, en su fisicidad, el cuerpo es lo más cercano que tenemos a lo real, y de ahí que su manejo sea tan crucial como productor de subjetividades, actitudes, hábitos y conciencia. Ha habido muchos esfuerzos por liberar el cuerpo, y poner en duda lo que consideramos "natural" en nuestro físico, y que en realidad son sólo singularidades derivadas de la vida que llevamos. La arquitectura no puede ser objetiva, por su condición performativa: no es un teatro, sino una fábrica de cuerpos tecnológicamente producidos, para bien y para mal.
Las ventanas, las paredes, las escaleras... construyen nuestro sentido del espacio, de lo correcto, de los límites, la ficción de "lo interior", los olores y colores, lo privado, las posturas, las interacciones. Creemos que ese estar en el mundo es el natural, pero hay muchas otras maneras de vivir el espacio y vivir el cuerpo. Sin llegar a casos extremos: mi madre, que lleva décadas habitando su vivienda, ha llegado a tal nivel de simbiosis que la casa parece una prolongación de su cuerpo, del mismo modo en que su cuerpo es una prolongación de la casa. Su cuerpo es muy diferente al de una madre amazónica.
Una raza no es un color de piel: es la singularidad producida por una especie en su adaptación al medio. La raza de los bosquimanos no es la raza de los nómadas de la estepa. ¿Y nosotros? Nosotros, blancos y negros y amarillos, somos la raza de los habitantes de la arquitectura. O al menos, de cierta arquitectura.

Este tipo de reflexiones son las verdaderamente potentes de la posmodernidad, por mucho que el sistema educativo nos haya engañado reduciéndola a capiteles y bromas kitsch.