Perdonadme por no haber muerto de sobredosis

Cuando tenía su edad, yo solía ser como él: un esteta. Y cuando uno ejerce de snob oficial, resulta muy desconcertante que los mayores reproches no vengan de la parte de la burguesía (que, a estas alturas, toleran toda excentricidad respetuosa) sino de esos supuestos espíritus afines que son los rockeros, y que curiosamente están siempre al acecho para reducir al dandy a "personajillo que va de guay". Esos desprecios, frutos de absurdos recelos culturales fraticidas, los han sufrido una Yolanda Castaño, un Juan Lesta o el que nos ocupa: Miguel Prado. Ya sabéis: los modernos, los maniquíes, los creadores frívolos rodeados por rockeros muy de verdad.
Soy fan absoluto, de su música y su personaje, de su forma de agarrar la guitarra y moverse por el escenario, y tambien de sus zapatos y su estructura ósea. Nadie te recimina algo tan extremo como producir ruidismo en provincias más acá de los pirineos (del mismo modo, nadie te escucha) pero lo que a ojos del auténtico resulta inadmisible es la construcción y constitución de una máscara, ecco la militancia estética.

¿Baudelaire o Bakunin? ¡¡Qué pregunta!! Por supuesto, y por siempre, "Las flores del mal" y no "El catecismo revolucionario". Aúpa Miguel Prado, moderno oficial de la ciudad, rockstar de los pies a la cabeza, divo y divino y moderno y modelnísimo, probablemente tan deliciosamente incauto como Nick Cave en Birthday party, al que tanto admiran en el Soho cuando lo ven por televisión. Da gusto encontrarse a una auténtica rockstar paseando por la calle, y no en las páginas del Pitchfork. Ojalá tenga cuerda para rato, y que cumpla muchos más.